Novelita Laliter

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sábado, 21 de septiembre de 2013

Capítulo 39: "Actuar normal"


Novela: "Maravilloso Desastre"
Capítulo 39: "Actuar normal"
Me desperté  boca  abajo,  desnuda  y  enrollada  en  las  sábanas  de  Peter Lanzani.  Mantuve  los  ojos cerrados mientras sentía que me acariciaba la espalda y el brazo con los dedos.
Soltó un largo y contenido suspiro al exhalar y dijo en voz baja:
—Te quiero, Lali. Te voy a hacer feliz. Lo juro.
La cama se hundió en el centro cuando él cambió de posición; inmediatamente, noté sus labios en la espalda mientras me iba besando lentamente. Me quedé quieta y, justo al llegar debajo de mi oreja, se levantó y cruzó la habitación. Sus pisadas se alejaron lentamente por el pasillo, y las tuberías silbaron por la presión del agua de la ducha.
Abrí los ojos, me erguí y me estiré. Me dolían todos los músculos del cuerpo, incluso aquellos cuya existencia desconocía. Mientras me sujetaba las sábanas a la altura del pecho, miré por la ventana y observé las hojas amarillas y rojas que caían en espiral desde las ramas al suelo.
Su teléfono móvil vibró en alguna parte del pavimento y, después de rebuscar entre la ropa tirada en el suelo, lo encontré en el bolsillo de sus tejanos. La pantalla se iluminó con un número, sin nombre asignado.
—¿Diga?
—Eh… ¿Está Peter? —preguntó una mujer.
—Está en la ducha, ¿quieres que le dé algún mensaje?
—Sí, claro. Dile que Megan ha llamado, ¿vale?
Peter entró, atándose la toalla alrededor de la cintura, y yo sonreí mientras le entregaba el teléfono:
—Es para ti —dije.
Me besó antes de mirar la pantalla y sacudió la cabeza.
—¿Sí? Era mi novia. ¿Qué necesitas, Megan? —Escuchó durante un momento y, entonces, sonrió—. Bueno, Paloma es especial, qué quieres que te diga. —Después de una larga pausa, puso los ojos en blanco. Podía imaginar qué estaba diciendo—. No seas zorra, Megan. Mira, será mejor que no me llames más… Sí, encantado —dijo, mientras me miraba con ternura—. Sí, con Lali. Lo digo en serio, Meg, no me llames más… Hasta otra.
Lanzó el teléfono a la cama y se sentó a mi lado.
—Parecía bastante cabreada. ¿Te ha dicho algo?
—No, solo ha preguntado por ti.
—He borrado los pocos números que  tenía  en  el  teléfono,  pero  imagino  que  eso  no  impide  que  me llamen a mí. Si no se enteran por sí mismas, les pararé los pies.
Me miró expectante, y no pude evitar sonreír. Nunca había visto ese lado suyo.
—Sabes que confío en ti, ¿no?
Apretó sus labios contra los míos.
—No te culparía si esperaras que me ganara tu confianza.
—Tengo que meterme en la ducha. Ya me he perdido una clase.
—¿Ves? Se nota que soy una buena influencia.
Me puse en pie y él tiró de la sábana.
—Megan me ha dicho que hay una fiesta de Halloween este fin de semana en The Red Door. Fui el año pasado y me lo pasé bastante bien.
—Claro, estoy segura —dije, enarcando una ceja.
—Me refería a que asistió mucha gente, y tienen un torneo de billar y bebidas baratas… ¿Te apetece ir?
—La verdad es que no… No me va el rollo de disfrazarme. Nunca me ha ido.
—A mí tampoco, simplemente voy —dijo, encogiéndose de hombros.
—¿Sigue en pie lo de ir a los bolos esta noche? —dije, preguntándome si la invitación era solo para conseguir un tiempo a solas conmigo, que ya no necesitaba.
—¡Joder, pues claro que sí! ¡Te voy a dar una paliza!
Lo miré con los ojos entrecerrados.
—Esta vez no. Tengo un nuevo superpoder.
Se rio.
—¿Ah sí? ¿Cuál? ¿Ser malhablada?
Me agaché para darle un beso en el cuello una vez, y después subí la lengua hasta su oreja y le besé el lóbulo. Se quedó de piedra.
—La distracción —le susurré al oído.
Me cogió de los brazos y me tumbó boca arriba.
—Creo que vas a perderte otra clase.
Después de conseguir convencerlo de salir del apartamento con el tiempo suficiente para ir a clase de Historia,  corrimos  al  campus  y  ocupamos  nuestros  asientos  justo  antes  de  que  el  profesor  Cheney empezara. Peter se puso su gorra de béisbol del revés y me plantó un beso en los labios de manera que todos los alumnos de la clase pudieran verlo.
De camino a la cafetería, me agarró por la mano y entrelazamos los dedos. Parecía muy orgulloso de que fuéramos así cogidos y anunciáramos al mundo que finalmente estábamos juntos. Pablo se fijó en que íbamos de la mano y se quedó mirándonos con una sonrisita ridícula. No fue el único: nuestra sencilla demostración de afecto generó miradas y murmullos por parte de todo aquel que pasaba a nuestro lado.
En la puerta de la cafetería, Peter exhaló el humo de la última calada de cigarrillo y me miró cuando se dio cuenta de mi actitud vacilante. Cande y Agus ya estaban dentro, mientras que Pablo se había encendido otro pitillo para dejarme entrar a solas con Peter. Tenía la certeza de que el nivel de cotilleo había alcanzado nuevas cotas desde que Peter me había besado delante de toda nuestra clase de Historia y temía el momento de entrar en la cafetería. Sentía que era como salir a un escenario.
—¿Qué pasa, Paloma? —dijo él, apretándome la mano.
—Todo el mundo nos mira.
Se llevó mi mano a la boca y me besó los dedos.
—Ya se acostumbrarán. Esto es solo el revuelo inicial. ¿Te acuerdas de cuando empezamos a salir juntos? La curiosidad disminuyó después de un tiempo, cuando se acostumbraron a vernos. Venga, vamos —dijo él, tirando de mí para cruzar la puerta.
Una de las razones que me habían llevado a elegir la Universidad de Eastern era su modesto tamaño, pero el exagerado interés por los escándalos que le era intrínseco a veces resultaba agotador. Era una broma  habitual: todo el mundo era consciente de lo ridículo que llegaba a ser ese círculo vicioso de rumores, y aun así todo el mundo participaba en él sin vergüenza alguna.
Nos sentamos en nuestros sitios habituales para comer. Cande me lanzó una sonrisa cómplice. Charlaba conmigo como si todo fuera normal, pero los jugadores de fútbol americano, que estaban sentados en el otro extremo de la mesa, me miraban tan sorprendidos como si estuviera en llamas.
Peter golpeó ligeramente la manzana que tenía en el plato con su tenedor.
—¿Te la vas a comer, Paloma?
—No,  toda  tuya,  cariño.  —Las orejas me ardieron cuando Cande levantó bruscamente la cabeza para mirarme—. Simplemente me ha salido así —dije, sacudiendo la cabeza.
Me volví a mirar a Peter, cuya expresión era una mezcla de diversión y adoración.
Habíamos  intercambiado  el  término  unas  cuantas  veces  esa  mañana,  y  no  se  me  había  ocurrido  que era nuevo para los demás hasta que salió de mi boca.
—Bueno, ya se puede decir que habéis llegado a ser repelentemente monos —dijo Cande, burlona.
Agus me dio unas palmaditas en el hombro.
—¿Te  quedas  a  dormir  esta  noche?  —me  preguntó, mientras acababa de masticar el pan—. Te prometo que no saldré despotricando de mi habitación.
—Estabas defendiendo mi honor, Agus. Te perdono —dije.
Peter dio un mordisco a la manzana. Nunca lo había visto tan feliz. La paz de su mirada había vuelto y, aunque docenas de personas observaban cada uno de nuestros movimientos, tenía la sensación de que todo iba… bien.
Pensé en todas las veces que había insistido en que estar con Peter era un error y en la cantidad de tiempo que había desperdiciado luchando contra lo que sentía por él. Cuando lo veía sentado delante de mí y me fijaba en sus tiernos ojos azules y en el trozo de fruta que bailaba en su mejilla mientras lo masticaba, no conseguía recordar qué era lo que tanto me preocupaba.
—Parece  asquerosamente  feliz.  ¿Quiere  eso  decir  que  por  fin  has  cedido, Lali?  —dijo  Chris,  al tiempo que daba codazos a sus compañeros de equipo.
—No eres muy listo, ¿verdad, Jenks? —dijo Agus, con el ceño fruncido.
De inmediato, el rubor se adueñó de mis mejillas, y miré a Peter, en cuyos ojos se leía una rabia asesina.
Mi incomodidad se volvió secundaria ante el enfado de Peter, y sacudí la cabeza con desdén.
—Ignóralo, no vale la pena.
Después  de  otro  momento  de  tensión,  relajó  un  poco  los  hombros  y  asintió  una  vez,  al  tiempo  que respiraba hondo. Después de unos segundos, me guiñó un ojo. Le tendí la mano por encima de la mesa y deslicé mis dedos entre los suyos.
—Decías en serio lo de anoche, ¿no?
Empezó a hablar, pero las risas de Chris inundaron toda la cafetería.
—¡Cielo santo! No puedo creer que hayan puesto una correa a Peter Lanzani.
—¿Decías en serio lo de que no querías que cambiara? —me preguntó, apretándome la mano.
Miré a Chris, que seguía riéndose con sus compañeros y, después, me volví hacia Peter.
—Absolutamente. A ver si consigues enseñarle a ese gilipollas un poco de buena educación.

Continuará...
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