Novelita Laliter

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sábado, 31 de agosto de 2013

Capítulo 25: "Tu culpa"


Chicas mañana contestó sus comentarios es que estoy del celular y de ahí subí los últimos 2 por que tuve que viajar

Maratón 5/5

Novela: "Maravilloso Desastre"
Capítulo 25: "Tu culpa"
Peter parecía volver a estar profunda y plácidamente dormido, así que decidí irme a la ducha, deseando que el ruido de alguien moviéndose por la casa acallara los gemidos de Agus y Cande, y los crujidos y golpes de la cama contra la pared. Cuando cerré el grifo me di cuenta de que a ellos no les preocupaba quién pudiera escuchar.
Me peiné y puse los ojos en blanco al escuchar los agudos gritos de Cande, que se parecían más a los de un caniche que a los de una actriz porno. Sonó el timbre de la puerta, cogí mi bata azul y me ajusté el cinturón mientras atravesaba corriendo la sala de estar. Los ruidos de la habitación de Agus se acallaron inmediatamente y, al abrir, me encontré la cara de Gastón sonriendo.
—Buenos días —dijo.
Con los dedos me llevé el pelo mojado hacia atrás.
—¿Qué estás haciendo aquí?
—No me gustó la manera en que nos despedimos anoche. Por la mañana he salido a por tu regalo de cumpleaños y no podía esperar a dártelo. Así que… —dijo, sacando una cajita brillante del bolsillo—, feliz cumpleaños, La.
Me puso el paquete plateado en la mano, y me incliné para besarle la mejilla.
—Gracias.
—Venga. Quiero ver tu cara cuando lo abras.
Metí el dedo por debajo del celo por la parte inferior de la caja y luego arranqué el papel, pasándoselo a él. Era una pulsera de oro blanco con una fila de diamantes engarzados.
—Gastón—susurré.
—¿Te gusta? —dijo con su deslumbrante sonrisa.
—Sí —dije, mientras lo sostenía delante de mí, asombrada—, pero es demasiado. No podría aceptar esto aunque hubiera estado saliendo un año contigo, y mucho menos después de una semana.
Gastón gesticuló.
—Pensé que dirías eso. He buscado arriba y abajo toda la mañana para encontrar un regalo de cumpleaños perfecto y, cuando vi esto, supe que solo hay un sitio donde pueda estar —dijo, cogiéndolo de mis manos y abrochándomela alrededor de la muñeca—. Y tenía razón. Te queda increíble.
Levanté la muñeca y moví la cabeza, hipnotizada por el brillo y el color de las piedras a la luz del sol.
—Es la cosa más bonita que he visto en mi vida. Nadie jamás me ha dado algo tan… —caro me vino a la cabeza, pero no quería decir eso— … elaborado. No sé qué decir.
Gastón se rio y luego me besó en la mejilla.
—Di que te lo pondrás mañana.
Sonreí de oreja a oreja.
—Me lo pondré mañana —dije, mirándome la muñeca.

—Estoy encantado de que te guste. La mirada en tu cara merece el esfuerzo de las siete tiendas que he recorrido.
Suspiré.
—¿Has ido a siete tiendas? —Asintió con la cabeza, y yo cogí su cara con mis manos—. Gracias. Es perfecto —dije, dándole un beso rápido.
Me abrazó.
—Tengo que irme. Voy a comer con mis padres, pero te llamaré más tarde, ¿de acuerdo?
—Vale. ¡Gracias! —Le grité mientras lo veía salir corriendo escaleras abajo.
Me metí deprisa en el apartamento, incapaz de apartar los ojos de mi muñeca.
—¡Joder, Lali! —dijo Cande cogiéndome la mano—. ¿De dónde has sacado esto?
—Me lo ha traído Gastón. Es mi regalo de cumpleaños —dije.
La mirada de Cande, que seguía boquiabierta, pasaba de mí a la pulsera.
—¿Te ha comprado una pulsera de diamantes del tamaño de una muñequera de tenis? ¿Después de una semana? ¡Si no te conociera bien, diría que tienes una entrepierna mágica!
Me reí en alto y empecé una fiesta ridícula de risitas en la sala de estar.
Agus salió de su dormitorio con aspecto cansado y satisfecho.
—A ver, chifladas, ¿de qué se ríen tanto?
Cande me levantó la muñeca.
—¡Mira lo que le ha regalado Gastón por su cumpleaños!
Agus miró con ojos entreabiertos y luego se le salieron de las órbitas.
—¡Guau!
—Sí, ¿verdad? —dijo Cande asintiendo.
Peter apareció tambaleándose en un extremo de la habitación, parecía bastante hecho polvo.
—Tíos, hacen un ruido de cojones —se quejó mientras se abotonaba los vaqueros.
—Disculpa —dije, liberando la mano de la sujeción de Cande. Nuestro casi encuentro de la noche anterior me vino a la cabeza y me parecía que no podía mirarlo a los ojos.
De un trago se bebió lo que quedaba de mi zumo de naranja y luego se secó la boca con la mano.
—¿Quién coño me dejó beber tanto ayer por la noche?
Cande lo miraba con desprecio.
—Tú solito. Te fuiste y compraste una botella de licor después de que Lali saliera con Gastón, y te la tomaste entera antes de que ella volviera.
—Maldita sea —dijo, meneando la cabeza.—¿Te lo pasaste bien? —preguntó mirándome.
—¿Lo dices en serio? —solté, mostrando rabia sin pensármelo dos veces.
—¿Qué?
Cande se rio.
—La sacaste a la fuerza del coche de Gastón, rojo de ira cuando los pescaste montándoselo como dos críos de instituto. ¡Habían empañado los cristales de las ventanas y todo!
Los ojos de Peter se desenfocaron, intentando recordar algo de la noche anterior. Yo hice esfuerzos para contener mi mal humor. Si no se acordaba de que me había sacado del coche, tampoco se acordaría de lo cerca que estuve de entregarle mi virginidad en bandeja de plata.
—¿Cómo de cabreada estás? —preguntó haciendo un gesto de disgusto.
—Bastante cabreada.

La verdad es que estaba más enfadada por el hecho de que mis sentimientos no tuvieran que ver en absoluto con lo que había ocurrido con Gastón. Me ajusté la bata y salí furiosa del salón. Peter me siguió inmediatamente.
—Paloma —dijo, mientras sujetaba la puerta que yo le había cerrado en la cara. Lentamente, la empujó hasta abrirla y se quedó de pie delante de mí esperando que lo increpase movida por mi ira.
—¿Recuerdas algo de lo que me dijiste anoche? —pregunté.
—No. ¿Por qué? ¿Me comporté como una rata? —En sus ojos inyectados en sangre se leía la preocupación, lo que solo servía para multiplicar mi mal humor.
—¡No, no fuiste un rata conmigo! Tú…, nosotros… —me tapé los ojos con las manos y luego me quedé helada cuando sentí la mano de Peter en la muñeca.
—¿De dónde ha salido esto? —dijo, mirando airado la pulsera.
—Es mía —dije separándome de él.
No apartaba los ojos de mi muñeca.
—Nunca antes la había visto. Parece nueva.
—Lo es.
—¿De dónde la has sacado?
—Gastón me la dio hace unos quince minutos —dije, viendo cómo su cara pasaba de la confusión a la rabia
—¿Qué coño hacen aquí las cosas de ducha? ¿Ha pasado la noche aquí? —preguntó, elevando la voz con cada pregunta.
Me crucé de brazos.
—Fue a comprar algo por mi cumpleaños esta mañana y lo trajo.
—Todavía no es tu cumpleaños. —Se le puso la cara de color rojo oscuro mientras intentaba mantener los nervios bajo control.
—No podía esperar —dije, levantando el mentón con orgullo tenaz.
—No me extraña que tuviera que sacarte a rastras de su coche, parece como si estuvieras… Fue bajando la voz y apretando los labios.
Entrecerré los ojos.
—¿Qué? ¿Como si estuviera qué?
Se le tensaron las mandíbulas y respiró profundamente, exhalando por la nariz.
—Nada. Todavía estoy cabreado e iba a decir algo repugnante que en realidad no pienso.
—Eso no te pasaba antes.
—Lo sé. Eso mismo estaba pensando —dijo, mientras caminaba hacia la puerta—. Te dejo para que te vistas.
Cuando agarró el pomo de la puerta se paró, frotándose el brazo. En cuanto los dedos tocaron la parte que debía de estar amoratada, se subió la manga y vio el moretón. Se quedó mirándolo un momento y se volvió hacia mí.
—Me caí escaleras abajo anoche. Y me ayudaste a ir a la cama… —dijo, conforme cribaba las imágenes borrosas que debía de tener en su cabeza.
El corazón me latía con fuerza y me costó tragar saliva cuando comprobé que de golpe caía en la cuenta de lo ocurrido. Entrecerró los ojos.
—Nosotros… —comenzó, dando un paso hacia mí, mirando el armario y luego la cama.
—No, no lo hicimos. No ocurrió nada —dije, al tiempo que negaba con la cabeza.
Se encogió avergonzado, ya que debía de estar recordándolo.
—Empañaste los cristales de Gastón, te saqué de su coche y luego intenté… —dijo, agitando la cabeza. Se volvió hacia la puerta y agarró el pomo con los nudillos blancos—. Estás haciendo que me convierta en un psicópata, Paloma —gruñó por encima de mi espalda—. No pienso con claridad cuando te tengo alrededor.
—¿Así que ahora es culpa mía?
Se volvió. Sus ojos pasaron de mi cara a mi ropa, a mis piernas, luego a mis pies para volver a mis ojos.
—No sé. Mi memoria está un poco brumosa…, pero no recuerdo que tú dijeras no.
Me adelanté, preparada para argumentar ese pequeño hecho irrelevante, pero no pude. Tenía razón.
—¿Qué quieres que te diga, Peter?
Miró la pulsera y luego a mí con ojos acusadores.
—¿Esperabas que no me acordase?
—¡No! ¡Me fastidiaba que te hubieras olvidado!
Sostuvo mi mirada con sus ojos marrones.
—¿Por qué?
 —¡Porque si yo hubiera…, si hubiéramos…, y tú no…! ¡No sé por qué! ¡Simplemente estaba cabreada!
Se movió furioso por la habitación y se detuvo a unos milímetros de mí. Sus manos tocaron cada lado de mi cara, su aliento era rápido mientras examinaba mi cara.
—¿Qué estamos haciendo, Paloma?
Clavé primero la mirada a la altura del cinturón, luego empecé a subirla por los músculos y los tatuajes de su estómago y su pecho, y finalmente la posé en la calidez marrón de sus ojos.
—Dímelo tú.

Continuará...
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Capítulo 24: "Detener para avanzar"

 Maratón 4/5
Novela: "Maravilloso Desastre"
Capítulo 24: "Detener para avanzar"
Gastón se sentó y yo me erguí recolocándome la ropa. Salté cuando la puerta se abrió repentinamente.
Peter y Cande estaban junto al coche. Cande ponía cara de comprensión, mientras Peter parecía a punto de estallar en un ataque de rabia ciega.
—¿Qué coño haces, Peter? —gritó Gastón.
La situación de repente se volvió peligrosa. Nunca había oído a Gastón subir la voz. Los nudillos de Peter estaban blancos de lo mucho que los apretaba, y yo estaba en medio. La mano de Cande pareció muy pequeñita cuando la colocó en el abultado brazo de Peter, moviendo la cabeza en dirección a Gastón con un aviso silencioso.
—Venga, Lali. Tengo que hablar contigo —dijo ella.
—¿Sobre qué?
—¡Que vengas! —replicó.
Miré a Gastón y vi irritación en sus ojos.
—Lo siento, tengo que irme.
—No, está bien. Vete.
Peter me ayudó a salir del Porsche y luego cerró la puerta con una patada. Me di la vuelta rápido y me quedé de pie entre él y el coche, dándole la espalda.
—¿Qué te pasa? ¡Suéltalo ya!
Cande parecía nerviosa. No me costó mucho imaginarme por qué. Peter apestaba a whisky; ella había insistido en acompañarlo o él le había pedido que fuese con él. De cualquier modo, Cande actuaba como elemento disuasorio de la violencia.
Las ruedas del Porsche de Gastón chirriaron al salir del aparcamiento, y Peter encendió un cigarrillo.
—Ya puedes entrar, Can.
Ella me agarraba la falda.
—Venga, Lali.
—¿Por qué no te quedas, Lali? —decía él a punto de estallar.
Le indiqué a Cande con la cabeza que siguiera y ella de mala gana obedeció. Me crucé de brazos, lista para una pelea, preparándome para atacarlo después del inevitable discurso. Peter dio varias caladas a su cigarrillo y, cuando quedó claro que no se iba a explicar, la paciencia se me agotó.
—¿Por qué has hecho eso? —pregunté.
—¿Por qué? ¡Porque estaba sobándote enfrente de mi apartamento! —gritó.
Parecía que se le iban a salir los ojos de las órbitas y podía percibir que era incapaz de mantener una conversación racional.
Mantuve la voz en calma.
—Puedo quedarme contigo, pero lo que haga y con quién lo haga es asunto mío.
Arrojó el cigarrillo al suelo empujándolo con la punta de dos dedos.
—Eres mucho mejor que eso, Paloma. No le dejes que te folle en un coche como si fueras un ligue barato de fiesta de fin de curso.
—¡No iba a tener relaciones sexuales con él!
Gesticuló en dirección al espacio vacío donde había estado el coche de Gastón.
—¿Qué estaban haciendo entonces?
—¿No has salido nunca con alguien, Peter? ¿No has jugueteado sin ir más lejos?
Frunció el ceño y sacudió la cabeza como si yo estuviera diciendo tonterías.
—¿Qué tiene que ver eso?
—Mucha gente lo hace…, especialmente quienes tienen citas.
—Las ventanas estaban empañadas, el coche se movía…, ¿qué iba a saber yo? —dijo, moviendo los brazos en dirección al espacio vacío del aparcamiento.
— ¡Tal vez no deberías espiarme!
Se frotó la cara y sacudió la cabeza.
—No puedo soportar esto, Paloma. Creo que me estoy volviendo loco.
Dejé caer las manos golpeándome las caderas.
—¿Qué es lo que no puedes soportar?
—Si duermes con él, no quiero saberlo. Iré a la cárcel mucho tiempo si me entero de que él…, simplemente no me lo digas.
—Peter —suspiré—. ¡No puedo creer que estés diciendo lo que dices! —dije poniéndome la mano en el pecho—. ¡Yo no he…! ¡Ah! No importa.
Empecé a andar alejándome de él, pero me agarró el brazo e hizo que me diera la vuelta hasta que lo tuve de frente.
—¿Qué es lo que no has hecho? —preguntó, serpenteando un poco. No respondí, no tenía por qué.
Podía ver la luz de reconocimiento iluminar su cara y me reí.
—¿Eres virgen?
—¿Y qué? —dije, mientras notaba cómo me ardían las mejillas.
Sus ojos se apartaron de los míos, intentando enfocar la mirada mientras pensaba con dificultad por culpa del whisky.
La rabia de Peter se desvaneció, y el alivio se le transparentó en los ojos.
—¿Un joven ministro? ¿Qué sucedió después de toda su duramente conseguida abstinencia?
—Quería casarse y quedarse en… Kansas. Yo no.
Quería cambiar de tema desesperadamente. La risa en los ojos de Peter era muy humillante. No quería que siguiera hurgando en mi pasado.
Dio un paso hacia mí y me agarró la cara con las dos manos.
—Virgen —dijo, meneando la cabeza hacia los lados—. Nunca lo hubiera imaginado después de verte bailar en el Red.
—Muy gracioso —dije subiendo las escaleras en tromba.
Peter intentó seguirme pero resbaló, se cayó rodando de espaldas y gritando histéricamente.
—¿Qué haces? ¡Levántate! —dije, ayudándolo a ponerse en pie.
Me agarró con un brazo alrededor del cuello, y lo ayudé a ponerse en pie en las escaleras. Agus y Cande estaban ya en la cama, así que, sin nadie a la vista que pudiera echar una mano, me quité los zapatos de un puntapié para evitar romperme los tobillos mientras llevaba a Peter andando a duras penas hasta el dormitorio. Se cayó en la cama de espaldas arrastrándome con él.
Cuando aterrizamos, mi cara estaba a unos centímetros de la suya. Su expresión era repentinamente seria. Se incorporó un poco, casi besándome, pero lo empujé para apartarlo. Sus cejas se enarcaron.

—Déjalo ya, Peter —dije.
Me mantuvo apretada contra él hasta que dejé de pelear y luego me arrancó el tirante del vestido haciendo que se me cayera del hombro.
—Desde el instante en que la palabra virgen ha salido de esos bonitos labios tuyos…, he tenido la urgencia de ayudarte a quitarte el vestido.
—Qué mal. Estabas dispuesto a matar a Gastón por lo mismo hace veinte minutos, así que no seas hipócrita.
—¡Que se joda Gastón! No te conoce como yo.
—Venga, Peter. Quítate la ropa y métete en la cama.
—Eso te digo yo —dijo ahogando unas risas.
—¿Cuánto has bebido? —pregunté, consiguiendo finalmente meter el pie entre sus piernas.
—Bastante —sonrió mientras tiraba del dobladillo de mi vestido.
—Probablemente, más de cuatro litros —dije, mientras le apartaba la mano.
Me puse de rodillas en el colchón junto a él y le quité la camisa por la cabeza. Intentó cogerme otra vez y le agarré la muñeca, notando el hedor acre en el ambiente.
—Jo, Peter, apestas a Jack Daniels.
—Jim Beam —me corrigió, sin poder sostener la cabeza a causa del alcohol.
—Huele a madera quemada y a productos químicos.
—Sabe a eso también. —Se rio. De un tirón le desabroché la hebilla del cinturón y lo saqué de las trabillas. Se rio con el movimiento propiciado por el tirón, y luego levantó la cabeza y me miró—. Mejor guarda tu virginidad, Paloma. Sabes que me gusta lo difícil.
—Cállate —dije, mientras le desabotonaba los vaqueros y los deslizaba caderas abajo, antes de sacárselos por las piernas. Tiré el vaquero al suelo y me quedé en pie con las manos en las caderas respirando con fuerza. Le colgaban las piernas fuera de la cama, tenía los ojos cerrados y su respiración era profunda y pesada. Estaba dormido como un tronco.
Fui hacia el armario, meneando la cabeza mientras rebuscaba entre la ropa. Bajé la cremallera de mi vestido y lo deslicé sobre mis caderas dejándolo caer sobre los tobillos. Lo aparté con el pie a un rincón y me quité la coleta agitando el pelo.
El armario rebosaba con su ropa y la mía; resoplé apartándome el pelo de la cara mientras rebuscaba entre el montón una camiseta. Cuando estaba descolgando una, Peter cayó sobre mi espalda envolviéndome con los brazos alrededor de la cintura.
—¡Me has dado un susto de muerte! —se quejó.
Me recorrió la piel con las manos. Tenían un tacto diferente; lento y deliberado. Cuando me llevó con firmeza hacia él, cerré los ojos, y él escondió su cara en mi pelo rozándome el cuello suavemente con la nariz. Al sentir su piel desnuda junto a la mía me costó un poco protestar.
—Peter…
Apartó mi pelo a un lado y me besó lentamente toda la espalda de un hombro al otro, soltando el enganche de mi sujetador. Besó la piel desnuda de la base de mi cuello y cerré los ojos, la cálida suavidad de su boca sabía muy bien para decirle que parase. Un tenue gemido escapó de su garganta cuando me apretó con su pelvis, y pude sentir a través de sus calzoncillos lo mucho que me deseaba.
Contuve el aliento al saber que lo único que nos impedía dar el gran paso al que minutos antes yo era tan reacia eran dos finos pedazos de tela.

Peter me giró hacia él y luego se apretó contra mí apoyando mi espalda contra la pared. Nuestros ojos se encontraron y pude ver el dolor de su expresión cuando examinó mi piel desnuda. Le había visto mirar a mujeres antes, pero esta vez era diferente. No quería conquistarme; me quería decir que sí. Se inclinó para besarme y se paró a un centímetro de distancia. Podía sentir con mis labios el calor que irradiaba su piel, tuve que contenerme para no empujarlo a hacer el resto del camino. Sus dedos investigaban mi piel mientras decidía qué hacer y luego sus manos se deslizaron por mi espalda hasta la cinturilla de mis bragas. Con los dedos índices se escurrió por mis caderas hacia abajo entre mi piel y el tejido de encaje, y, en el mismo momento en que estaba a punto de bajar el delicado tejido por mis piernas, dudó. Entonces, cuando abrí la boca para decir sí, cerró con fuerza los ojos.
—Así no —susurró, acariciándome los labios con los suyos—. Te deseo, pero no de esta manera.
Se tambaleó hacia atrás, cayó de espaldas en la cama y yo me quedé un momento de pie con los brazos cruzados sobre el estómago. Cuando su respiración se tranquilizó, saqué los brazos de la camiseta que todavía llevaba puesta y me la quité bruscamente por la cabeza. Peter no se movió, y yo exhalé con suavidad y lentamente, sabiendo que no podríamos refrenarnos si me deslizaba en la cama y él despertaba con una perspectiva menos honorable.
Me fui deprisa al sillón y me dejé caer sobre él, tapándome la cara con las manos. Sentí las capas de frustración bailoteando y chocando entre sí dentro de mí. Gastón se había ido sintiéndose desairado, Peter había esperado hasta que había visto a alguien (alguien que a mí me gustaba de verdad) mostrar interés en mí, y yo parecía ser la única chica a la que no podía llevarse a la cama, ni siquiera estando borracho.
A la mañana siguiente me serví zumo de naranja en un vaso alto y me lo fui bebiendo a sorbitos mientras movía la cabeza al ritmo de la música de mi iPod. Me desperté antes de que saliera el sol, y luego estuve retorciéndome en el sillón hasta las ocho. Después decidí limpiar la cocina para pasar el rato hasta que mis menos ambiciosos compañeros de piso se despertaran. Cargué el lavavajillas, barrí y pasé la mopa, y luego limpié las encimeras. Cuando la cocina estuvo reluciente, cogí la cesta de la ropa limpia, me senté en el sofá y doblé y doblé hasta que hubo una docena o más de montones a mi alrededor.
Llegaron murmullos de la habitación de Agus. Se oyó la risa tonta de Cande y luego hubo silencio durante unos minutos más, seguidos de ruidos que me hicieron sentir un poco incómoda sentada sola en la sala de estar.
Apilé los montones de ropa plegada en la cesta y los llevé a la habitación de Peter. Sonreí al ver que ni se había movido de la postura en la que se había quedado la noche anterior. Dejé la cesta en el suelo y lo tapé con la colcha, reprimiendo la risa al ver que se daba la vuelta
—Mira, Paloma —dijo, musitando algo inaudible antes de que su respiración volviera a ser lenta y profunda.
No pude evitar mirarlo dormir; saber que estaba soñando conmigo me produjo un escalofrío en las venas que no pude explicar

Continuará... _______________________
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Capítulo 23:"Fiesta no tan sorpresa"


INFORMACIÓN: Se que me piden que Gastón se valla, muchachas pero en esta novela decidí que el sea el tercero y Pablo sea solo un amigo, no como en otras novelas donde Pablo es el tercero. Por eso Gaston estará un largo tiempo perdonen.
MARATÓN: Durante todo el día sábado (hoy) subiré 5 capítulos  pero debe haber algunos comentarios así subo mas rápido.. ahora subo el primero y luego en lo que resta del día iré subiendo los otros... 
3/5 Maratón

Novela: "Maravilloso Desastre"
Capítulo 23: "Fiesta no tan sorpresa"
La cita del lunes por la noche cubrió todas mis expectativas. Comimos comida china y me reí al ver la habilidad de Gastón manejando los palillos. Cuando me llevó a casa, Peter abrió la puerta antes de que
Gastón pudiera besarme. Cuando salimos el miércoles siguiente por la noche, Gastón se aseguró de poder besarme y lo hizo en el coche.
El jueves a la hora de comer, Gastón se encontró conmigo en la cafetería y sorprendió a todo el mundo sentándose en el sitio de Peter. Cuando Peter acabó su cigarrillo y volvió a entrar, pasó por delante de Gastón con indiferencia y se sentó al final de la mesa. Megan se aproximó a él, pero se quedó desencantada en el acto cuando él le dijo con la mano que se apartase de él. Todo el mundo se quedó callado después de eso, y a mí me resultó difícil atender a cualquiera de las cosas de las que Gastón hablaba.
—Ya me doy cuenta de que no estaba invitado —dijo Gastón, intentando llamar la atención.
—¿Qué?
—Me he enterado de que tu fiesta de cumpleaños es el domingo. ¿No estoy invitado?
Cande miró a Peter, que, a su vez, miró a Gastón con ira, a punto de tirarlo al suelo como si fuera césped recién cortado.
—Era una fiesta sorpresa, Gastón —puntualizó Cande con suavidad.
—¡Oh! —dijo Gastón, avergonzado.
—¿Me van a hacer una fiesta sorpresa? —pregunté a Cande.
Ella se encogió de hombros.
—Fue idea de Peter. Es en casa de Brazil el domingo. A las seis.
A Gastón se le enrojecieron las mejillas.
—Supongo que ahora sí que no estoy invitado.
—¡Claro! ¡Por supuesto que lo estás! —dije, agarrándole la mano que tenía encima de la mesa. Doce pares de ojos se centraron en nuestras manos. Podía ver que Gastón se sentía tan incómodo con tanta atención como lo estaba yo, así que lo dejé y me llevé las manos al regazo.
Gastón se levantó.
—Tengo algunas cosas que hacer antes de ir a clase. Te llamo luego.
—Muy bien —dije, ofreciéndole una sonrisa de disculpa.
Gastón se inclinó sobre la mesa y me besó en los labios. Se hizo un silencio absoluto en la cafetería y Cande me dio un codazo después de que Gastón saliera caminando.
—¿No es rara la manera en que todo el mundo te mira? —me susurró. Echó una mirada a toda la habitación con mala cara.
—¿Qué pasa? —gritó Cande—. ¡Métanse en sus asuntos, marranos!
Me cubrí los ojos con las manos.
—¿Sabes?, antes daba pena porque se pensaban que era la pobre amiguita tonta de Peter. Ahora soy mala porque todo el mundo piensa que voy de flor en flor, de Peter a Gastón y vuelta a empezar, como una pelota de pimpón. —Como Cande no decía nada, levanté la vista—. ¿Qué? ¡No me digas que tú también te crees esas chorradas!
—¡No he dicho nada! —protestó.
La miré fijamente con incredulidad.

—Pero ¿eso es lo que crees?
Candela movió la cabeza, sin decir nada. De repente, no pude soportar las frías miradas de los demás estudiantes, así que me levanté y caminé hacia el extremo de la mesa.
—Tenemos que hablar —dije, dando unos golpecitos a Peter en la espalda. Intenté parecer amable pero la rabia me hervía por dentro y me ponía las palabras en la boca. Todos los estudiantes, incluida mi mejor amiga, pensaban que estaba haciendo malabares con dos hombres. Solo había una solución.
—Pues habla —dijo Peter, metiéndose algo empanado y frito en la boca.
Jugueteé con los dedos, notando los ojos curiosos de todo el mundo sobre mí. Como Peter seguía sin moverse, lo agarré por el brazo y le di un buen tirón. Se puso de pie y me siguió fuera con una sonrisita en la cara.
—¿Qué pasa, Paloma? —dijo, mirando mi mano en su brazo y luego a mí.
—Tienes que liberarme de la apuesta —le rogué.
Su cara se quedó helada.
—¿Quieres dejarlo? ¿Por qué? ¿Qué he hecho?
—No has hecho nada, Peter. ¿No te has percatado de cómo miraba todo el mundo? Me estoy convirtiendo rápidamente en la paria del este de los Estados Unidos.
Peter sacudió la cabeza y se encendió un cigarrillo.
—No es problema mío.
—Sí que lo es. Gastón dice que todo el mundo piensa que se está buscando una buena porque tú estás enamorado de mí.
Las cejas de Peter se elevaron repentinamente y se atragantó con el humo que acababa de inhalar.
—¿Eso dice la gente? —preguntó entre toses.
Asentí. Miró a lo lejos con los ojos muy abiertos y dando otra calada.
—¡Peter! Me tienes que liberar de la apuesta! No puedo quedar con Gastón y vivir contigo al mismo tiempo. ¡Resulta horrible!
—Pues deja de quedar con Gastón.
Lo miré airadamente.
—Ese no es el problema y tú lo sabes.
—¿Es la única razón por la que quieres que te libere de la apuesta? ¿Por el qué dirán?
—Por lo menos antes era tonta y tú, un malvado —refunfuñé.
—Contesta la pregunta, Paloma.
—¡Sí!
Peter miró por encima de mí a los estudiantes que entraban y salían de la cafetería. Estaba deliberando y yo hervía de impaciencia mientras a él le costaba bastante tomar una decisión.
Finalmente, se estiró y decidió.
—No.
Agité la cabeza, segura de haberlo oído mal.
—Perdona, ¿qué has dicho?
—No. Tú misma lo dijiste: una apuesta es una apuesta. En cuanto pase el mes se acabó, podrás ser libre de ir con Gastón, él se hará médico, se casarán y tendrán los dos niños y medio que tocan y nunca volveré a verte. —Gesticulaba con sus palabras—. Todavía tengo tres semanas. No voy a renunciar por cotilleos de comedor.
Miré a través del cristal y vi a toda la cafetería mirándonos. La inoportuna atención hacía que me quemasen los ojos. Levanté los hombros al pasar junto a él para ir a mi siguiente clase.
—Paloma —me llamó Peter cuando me iba.
No me volví.
Esa noche, Cande se sentó sobre el suelo embaldosado del baño parloteando sobre los chicos mientras yo estaba frente al espejo y me recogía el pelo en una coleta. Solo la escuchaba a medias, pues no dejaba de pensar en lo paciente que había sido Peter, teniendo en cuenta lo mucho que le disgustaba la idea de que Gastón me recogiera de su apartamento casi cada noche.
La expresión de la cara de Peter cuando le pedí que me liberara de la apuesta volvía a mi cabeza, y también su reacción cuando le dije que la gente chismorreaba que estaba enamorado de mí. No podía dejar de preguntarme por qué no lo negaba.
—Bueno, Agus cree que estás siendo muy dura con él. Nunca ha tenido a nadie que le hubiera preocupado lo suficiente para ello.
Peter asomó la cabeza y sonrió cuando me vio enredar con mi pelo.
—¿Quieres ir a por cena?
Cande se levantó y se miró en el espejo, se peinó con los dedos su pelo castaño.
—Agus quiere probar el nuevo mexicano del centro, si quieren venir.
Peter sacudió la cabeza.
—Había pensado que esta noche Paloma y yo podíamos ir a algún sitio solos.
—Salgo con Gastón.
—¿Otra vez? —dijo irritado.
—Otra vez —repliqué con voz cantarina.
El timbre de la puerta sonó y me apresuré a adelantarme a Peter para abrir la puerta. Gastón estaba frente a mí: su pelo rubio y ondulado natural resaltaba en su cara recién afeitada.
—¿Alguna vez estás un poco menos que preciosa? —preguntó Gastón.
—Basándome en la primera vez que vino aquí, diré que sí —dijo Peter detrás de mí.
Puse los ojos en blanco y sonreí, indicándole a Gastón con un dedo que esperase. Me volví y abracé a Peter. Se puso rígido por la sorpresa y luego se relajó, estrechándome fuerte contra él.
Le miré a los ojos y sonreí.
—Gracias por organizar mi fiesta de cumpleaños. ¿Puedo aceptar la invitación para cenar otro día?
Un montón de emociones se mostraron en la cara de Peter, y luego las comisuras de su boca se curvaron hacia arriba.
—¿Mañana?
Lo abracé y dije con una gran sonrisa:
—Pues claro. —Me despedí con una mano mientras Gastón me agarraba la otra.
—¿Qué pasaba? —preguntó Gastón.
—No nos hemos llevado muy bien últimamente. Esa ha sido mi versión de hacer las paces con una rama de olivo.
—¿Debería preocuparme? —preguntó abriendo la puerta de mi casa.
—No. —Le besé la mejilla.
Durante la cena, Gastón habló sobre Harvard, la Casa y sus planes de buscar un apartamento. Sus cejas se enarcaron.
—¿Te acompañará Peter a la fiesta de cumpleaños?
—No estoy muy segura. No ha dicho nada sobre eso.
—Si a él no le importa, me gustaría ser yo quien te llevara. —Me cogió la mano en las suyas y me besó los dedos.
—Le preguntaré. La idea de la fiesta fue suya, así que…
—Entiendo. Si no, simplemente te veré allí. —Sonrió.
Gastón me llevó al apartamento y se detuvo en el aparcamiento. Cuando se despidió besándome, sus labios permanecieron en los míos. Subió la palanca del freno de mano mientras sus labios iban a lo largo de mi mandíbula hasta alcanzar mi oreja, y luego bajaron a lo largo de mi cuello. Me pilló desprevenida
y suspiré suavemente como respuesta.
—Eres tan bonita… —susurró—. He estado trastornado toda la noche con ese pelo recogido que deja a la vista tu cuello.
Me acribilló el cuello con besos y yo exhalé un murmullo con mi aliento.
—¿Por qué has tardado tanto? —Sonreí, mientras levantaba mi mentón para darle mejor acceso.
Gastón se centró en mis labios. Me agarró la cara y me besó con más firmeza de lo habitual. No había mucho sitio en el coche, pero aprovechamos estupendamente el espacio libre para el tema que nos ocupaba. Se inclinó sobre mí y doblé las rodillas mientras me caía contra la ventana. Metió la lengua en mi boca y me agarró la rodilla empujando mi pierna a la altura de su cadera. Los cristales fríos de las ventanillas se empañaron en pocos minutos debido a todo el aliento que exhalábamos con nuestras maniobras. Sus labios rozaban mi clavícula, y entonces levantó la cabeza de un tirón cuando el vidrio vibró con unos golpes fuertes.

Continuará...
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