Novelita Laliter

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sábado, 21 de septiembre de 2013

Capitulo 40: "Defender lo mio"


Novela: "Maravilloso Desastre"
Capítulo 40: "Defender lo mio"
Con  una  sonrisa  malévola,  se dirigió hacia el extremo  de  la  mesa,  donde  estaba  sentado  Chris. El silencio se extendió por el local, y Chris tuvo que tragarse su propia risa.
—Oye, Peter, que solo estaba intentando picarte un poco —dijo, mirándolo.
—Discúlpate con Paloma —dijo Peter, fulminándolo desde arriba.
Chris me miró con una sonrisa nerviosa.
—Solo…, solo bromeaba, Lali. Lo siento.
Lo  observé  enfurecida,  mientras  levantaba  la  mirada  en  busca  de  la  aprobación  de  Peter.  Cuando
Peter se alejó, Chris se rio por lo bajo y después le susurró algo a Brazil. Se me desbocó el corazón cuando vi a Peter detenerse en seco y cerrar los puños.
Brazil meneó la cabeza y soltó un suspiro de exasperación.
—Chris, cuando despiertes, simplemente procura recordar una cosa…, esto te lo has buscado tú solito.
Peter levantó la bandeja de Pablo de la mesa, golpeó a Chris en la cara con ella, y lo tiró de la silla.
Chris intentó gatear hasta debajo de la mesa, pero Peter lo sacó cogiéndolo por las piernas y empezó a atizarle. Chris se hizo un ovillo y Peter le pateó la espalda.
Chris se arqueó y se volvió, apartando las manos, lo que permitió a Peter asestarle varios puñetazos en la cara. La sangre empezó a manar, y Peter se levantó sin resuello.
—Si alguna vez te atreves siquiera a mirar, pedazo de mierda, te romperé la puta boca, ¿lo entiendes?
—gritó Peter.
Cuando dio una última patada a Chris en la pierna, pegué un respingo.
Las trabajadoras de la cafetería se fueron a toda prisa, asustadas por las manchas de sangre en el suelo.
—Lo siento —dijo Peter, limpiándose la sangre de Chris de la mejilla.
Algunos  estudiantes  se  habían  levantado  para  ver  mejor;  otros  seguían  sentados,  observando  la escena  ligeramente  divertidos.  Los  miembros  del  equipo  de  fútbol  americano  se  limitaban  a  mirar  el cuerpo inerte de Chris en el suelo, mientras negaban con la cabeza.
Peter se dio media vuelta y Agus se quedó de pie, cogiendo al mismo tiempo mi brazo y la mano de Cande para hacernos cruzar la puerta detrás de su primo. Recorrimos la corta distancia que nos separaba de Morgan Hall, y Cande y yo nos sentamos en los escalones de la entrada, desde  donde observamos a Peter caminar de un lado a otro.
—¿Estás bien, Peter? —preguntó Agus.
—Dame… solo un minuto —dijo él, poniéndose las manos justo debajo de las caderas.
Agus hundió las manos en los bolsillos.
—Me sorprende que hayas parado.
—Paloma me ha dicho que le enseñara un poco de buena educación, Agus, no que lo matara. He necesitado toda mi voluntad para detenerme cuando lo he hecho.
Cande se puso las grandes gafas de sol cuadradas para levantar la mirada hacia Peter.
—De todos modos, ¿qué ha dicho Chris que te hiciera saltar así?
—Algo que nunca más volverá a decir —dijo Peter entre dientes.
Cande miró a Agus, que se encogió de hombros.
—Yo no lo he oído.
Peter volvió a cerrar los puños.
—Tengo que volver a entrar.
Peter me miró y se esforzó por calmarse.
—Ha dicho que… todo el mundo piensa que Paloma tiene…, joder, ni siquiera puedo decirlo.
—Dilo de una vez —murmuró Cande, mientras se mordía las uñas.
Pablo caminaba detrás de Peter, claramente encantado con tantas emociones.
—Todos los chicos heteros de Eastern quieren tirársela porque ha conseguido domar al inalcanzable Peter Lanzani—soltó sin más—. Eso es lo que están diciendo ahora mismo al menos.
Peter golpeó a Pablo con el hombro cuando pasó a su lado de camino a la cafetería. Agus salió disparado tras él y lo cogió del brazo. Me llevé las manos a la boca cuando Peter amagó con darle un puñetazo y Agus se agachó. Clavé los ojos en Cande, que no parecía afectada, acostumbrada como estaba a su rutina.
Solo se me ocurría una cosa para detenerlo. Bajé a toda prisa los peldaños y corrí hacia él. Entonces, salté sobre Peter y cerré las piernas alrededor de su cintura; él me agarró por los muslos, mientras yo lo cogía por ambos lados de la cara y le daba un largo y profundo beso en la boca. Pude notar cómo su ira se fundía mientras me besaba y, cuando me aparté, supe que había ganado.
—Nos da igual lo que piensen, ¿recuerdas? No puede empezar a importarnos ahora —dije, sonriendo confiada.
Tenía más influencia en él de la que jamás había creído posible.
—No puedo dejar que hablen así de ti, Paloma —insistió él con el ceño fruncido, mientras me volvía a dejar en el suelo.
Deslicé los brazos bajo los suyos y entrelazamos los dedos a su espalda.
—¿Así? ¿Cómo? Piensan que soy especial porque nunca antes habías sentado la cabeza. ¿Acaso no estás de acuerdo con eso?
—Pues claro que sí, pero no puedo aguantar la idea de que todos los chicos de la universidad quieran acostarse contigo sin más. —Apoyó su frente contra la mía—. Esto me va a volver loco. Seguro.
—No dejes que te afecten sus comentarios, Peter —dijo Agus—. No puedes pelearte con todo el mundo.
Peter suspiró.
—Todo el mundo… ¿Cómo te sentirías si todo el mundo pensara eso de Cande?
—¿Y quién dice que no es así? —dijo Cande, ofendida. Todos nos reímos, pero Cande torció el gesto—. No estaba bromeando.
Agus la consoló y la besó en la mejilla.
—Lo sé, nena. Pero renuncié a los celos hace mucho; si no lo hubiera hecho, no tendría tiempo para hacer nada más.
Cande sonrió como muestra de gratitud y entonces lo abrazó. Agus tenía una capacidad inigualable para hacer que todos los que estaban a su alrededor se sintieran bien, sin duda, una consecuencia de crecer con Peter y sus hermanos. Probablemente era más un mecanismo de defensa que otra cosa.
Peter me acarició la oreja con la nariz, y me reí hasta que vi a Gastón acercarse. Me inundó el mismo sentimiento de urgencia que había tenido cuando Peter quería volver a la cafetería, e inmediatamente me solté de Peter para recorrer rápidamente los tres metros aproximadamente que nos separaban e interceptar a Gastón.
—Necesito hablar contigo —dijo él.
Me volví a mirar detrás de mí y, entonces, dije que no con la cabeza como aviso.
—Este no es un buen momento, Gastón. De hecho, es muy poco oportuno. Peter y Chris tuvieron un rifirrafe en la comida, y él sigue muy sensible. Será mejor que lo dejes en paz.
Gastón miró fijamente a Peter y después volvió a centrarse en mí, decidido.
—Acabo de oír lo que ha pasado en la cafetería. Me parece que no eres consciente del berenjenal en el que te estás metiendo. Peter es un mal bicho, Lali. Todo el mundo lo sabe. Nadie comenta lo genial que es que lo hayas cambiado…, todo el mundo espera que haga lo que mejor se le da. No sé qué te habrá dicho, pero ni te imaginas qué tipo de persona es.
Noté las manos de Peter sobre los hombros.
—Bueno, ¿y a qué esperas para decírselo?
Gastón se movió nervioso.
—¿Sabes a cuántas chicas humilladas he llevado a casa después de que pasaran unas cuantas horas a solas en una habitación con él en alguna fiesta? Te hará daño.
Peter tensó los dedos como reacción, y yo le cogí la mano hasta que se relajó.
—Deberías irte, Gastón.
—Y tú deberías escucharme, La.
—No la llames así —gruñó Peter.
Gastón no apartó los ojos de mí.
—Estoy preocupado por ti.
—Te lo agradezco, pero no es necesario.
Gastón sacudió la cabeza.
—Te veía como un reto, Lali. Ha conseguido hacerte pensar que eres diferente de las otras chicas para poder echarte mano. Pero acabará cansándose de ti. Tiene una capacidad de atención propia de un niño pequeño.
Peter se puso delante de mí, tan cerca de Gastón que sus narices casi se tocaban.
—Te he dejado hablar, pero se me ha agotado la paciencia.
Gastón intentó mirarme, pero Peter se inclinó en su dirección.
—Que no la mires, joder. Mírame a mí, pedazo de mierda. —Gastón miró fijamente a Peter a los ojos y esperó—.  Como se te ocurra tan solo respirar en su dirección, me aseguraré de que llegues cojeando a la Facultad de Medicina.
Gastón retrocedió unos pasos hasta que pude verlo.
—Pensaba que eras más lista —dijo él, meneando la cabeza antes de girarse en redondo e irse.
Peter observó cómo se marchaba, y entonces sus ojos buscaron los míos.
—Sabes que no ha dicho más que gilipolleces, ¿no? Nada de eso es verdad.
—Estoy segura de que es lo que piensa todo el mundo —dije, dándome cuenta del interés que despertábamos en quienes pasaban a nuestro lado.
—Entonces les demostraré que se equivocan.
Durante la semana siguiente, Peter se tomó su promesa muy en serio. Ya no seguía la corriente a las chicas que lo paraban entre una y otra clase y, a veces, incluso era grosero. Cuando llegamos a la fiesta de Halloween del Red, estaba un poco preocupada por cómo mantener alejados a los compañeros ebrios.
Cande, Pablo y yo estábamos sentados en una mesa cercana, observando a Agus y a Peter jugar al billar contra dos de sus hermanos Sig Tau.
—¡Vamos, cariño! —gritó Cande, levantándose sobre los peldaños de su taburete.
Agus le guiñó el ojo, y entonces tiró y metió la bola en el agujero más alejado de la derecha.
—¡Bieeeen! —chilló ella.
Un trío de mujeres vestidas como los Ángeles de Charlie se acercaron a Peter, que estaba esperando su turno, y yo sonreí, mientras él hacía todo lo posible por ignorarlas. Cuando una de ellas le acarició el brazo siguiendo la línea de uno de sus tatuajes, Peter se apartó. Cuando le tocó lanzar, la echó y ella se fue haciendo pucheros con sus amigas.
—¿Te das cuenta de lo ridículas que son? Esas chicas no tienen vergüenza ni la conocen —dijo Cande.
Pablo sacudió la cabeza con asombro.
—Es Peter. Supongo que es el rollo del chico malo. O bien  quieren  salvarlo  o  creen  que  son inmunes a sus modos. No estoy seguro de por qué opción decantarme.
—Probablemente por ambas —dije riéndome y burlándome de las chicas que esperaban a que Peter les prestara algo de atención.
—¿Te imaginas tener que esperar a ser la elegida? ¿Saber que te van a usar para el sexo?
—Problemas con papá —dijo Cande, dando un trago a su bebida.
Pablo apagó el cigarrillo y nos tiró de los vestidos.
—¡Vamos, chicas! ¡El Pablo quiere bailar!
—Te acompaño solo si me prometes no volver a llamarte a ti mismo así —dijo Cande.
Pablo se mordió el labio inferior, y Cande sonrió.
—Venga, Lali. No querrás hacerme llorar, ¿verdad?
Nos unimos a los policías y vampiros que estaban en la pista de baile, y Pablo empezó a mostrar su repertorio de pasos a lo Justin Timberlake. Lancé una mirada a Peter por encima del hombro y lo pillé
mirándome  desde la esquina por el rabillo del ojo, mientras fingía observar a Agus meter la bola número ocho que le daba la partida. Agus recogió sus ganancias, y Peter se dirigió a la larga mesa, grande y baja, que estaba junto a la pista de baile, cogiendo una bebida de camino. Pablo se meneaba sin sentido en la pista de baile y, finalmente, se colocó entre Cande y yo. Peter puso los ojos en blanco, riéndose mientras volvía a nuestra mesa con Agus.
—Voy a por otra copa, ¿queréis algo? —gritó Cande por encima de la música.
—Iré contigo —dije, mientras miraba a Pablo y señalaba hacia la barra.
Pablo sacudió  la  cabeza  y  siguió  bailando. Cande  y  yo  nos  abrimos  paso  entre  la  multitud.  Los camareros estaban desbordados, así que nos preparamos para una larga espera.
—Los chicos están haciendo una masacre esta noche —dijo Cande.
Me acerqué a su oído.
—Nunca entenderé por qué alguien apuesta contra Agus.
—Por la misma razón que lo hacen contra Peter. Son idiotas —sonrió ella.

Continuará...
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