Capítulo 19: "La fiesta"

Novela: "Maravilloso Desastre"

Capítulo 19: "La fiesta"

—Pase —grité al oír los golpes en la puerta.

Peter se quedó helado en el vano de la puerta.

—¡Guau!

Sonreí y me miré el vestido. Un corpiño que se alargaba para formar una corta falda: era lo más osado que me había atrevido a llevar puesto en toda mi vida. El tejido era fino, negro y se transparentaba como un fino envoltorio. Gastón estaría en esa fiesta y tenía ganas de hacerme notar.

—Tienes un aspecto impresionante —dijo mientras yo me calzaba los tacones.

Le puse buena cara a su camisa blanca y tejanos.

—Tú también estás muy bien.

Llevaba las mangas recogidas por encima de los codos, enseñando en sus antebrazos el entramado de tatuajes. Me di cuenta de que llevaba su pulsera de cuero favorita en la muñeca cuando se metió las manos en los bolsillos.

Cande y Agus nos esperaban en la sala de estar.

—Gastón se va a mear encima cuando te vea —se rio tontamente Cande mientras íbamos hacia el coche.

Peter abrió la puerta, y yo me deslicé en el asiento trasero de la camioneta de Agus. Aunque nos habíamos sentado allí innumerables veces antes, de repente era muy incómodo estar así junto a él.

Los coches se alineaban en la calle; algunos se encontraban aparcados incluso en el césped de delante. La Casa reventaba por las costuras, y todavía bajaba más gente desde los pabellones de dormitorios. Agus aparcó sobre el césped de la parte de atrás, y Cande y yo seguimos a los chicos hacia el interior.

Peter me trajo una copa de plástico rojo llena de cerveza, y entonces se inclinó y me dijo al oído.

—No cojas esto de nadie más excepto de mí o de Agus. No quiero que nadie te eche nada en la bebida.

Puse los ojos en blanco.

—Nadie me va a poner nada en la bebida, Peter.

—Simplemente no bebas nada que no te dé yo, ¿de acuerdo? Ya no estás en Kansas, Paloma.

—Nunca había oído nada igual —dije sarcásticamente, mientras cogía mi bebida.

Había pasado una hora y Gastón seguía todavía desaparecido. Cande y Agus estaban bailando una canción lenta en la sala cuando Peter tiró de mi mano.

—¿Quieres bailar?

—No, gracias —dije.

Se puso lívido.

Toqué su espalda.

—Es simplemente que estoy cansada, Peter.

Puso su mano en la mía y comenzó a hablar, pero cuando lo miraba vi un poco más allá a Gastón.

Peter se dio cuenta de mi expresión y se volvió.

—¡Eh, Lali! ¡Has podido venir! —me saludó Gastón, riéndose.

—Sí, llevamos aquí una hora o así —dije, sacando la mano de entre las de Peter.

—¡Estás guapísima! —gritó por encima de la música.

—¡Gracias! —añadí con una sonrisa, mirando a Peter de soslayo. Tenía los labios apretados, y sus cejas se habían unido en una línea.

Gastón señaló la sala y sonrió.

—¿Quieres bailar?

Arrugué la nariz y dije que no con la cabeza.

—No, estoy algo cansada.

Gastón volvió entonces la mirada hacia Peter.

—Pensaba que no ibas a venir.

—Cambié de opinión —dijo Peter, molesto por tener que explicarse.

—Ya veo —dijo Gastón, mirándome—. ¿Te apetece salir a tomar el aire?

Asentí con la cabeza y después seguí a Gastón escaleras arriba. Se detuvo y me cogió la mano mientras subíamos al segundo piso. Cuando llegamos arriba, abrió de par en par las puertas del balcón.

—¿Tienes frío? —preguntó.

—Sí, hace un poquito de fresco —dije, sonriendo cuando se quitó la americana y me cubrió con ella los hombros—. Gracias.

—¿Estás aquí con Peter?

—Vinimos en coche juntos.

La boca de Gastón se ensanchó en una amplia sonrisa, y luego miró hacia el césped. Había un grupo de chicas apiñadas; se abrazaban para combatir el frío. El suelo se hallaba cubierto de papel pinocho y latas de cerveza, además de botellas de licor vacías. Entre la confusión, los hermanos Sig Tau estaban alrededor de su obra maestra: una pirámide de barriles decorados con luces blancas.

Gastón sacudió la cabeza.

—Este lugar quedará destrozado por la mañana. El equipo de limpieza va a estar muy atareado.

—¿Tenéis un equipo de limpieza?

—Sí —sonrió—, los llamamos los novatos.

—Pobre Agus.

—Él no está en el grupo. Tiene un trato especial porque es primo de Peter y no vive en la Casa.

—¿Y tú sí vives en la Casa?

Gastón asintió.

—Los dos últimos años. Sin embargo, necesito conseguir un apartamento. Necesito un lugar más tranquilo para estudiar.

—Déjame que adivine…, ¿te especializas en Economía?

—Biología, con Anatomía de optativa. Me queda un año más, hacer los exámenes de ingreso a la facultad de Medicina, y luego, si sale bien, ir a hacer Medicina en Harvard.

—¿Ya sabes dónde te metes?

—Mi padre fue a Harvard. Quiero decir, no lo sé seguro, pero él es un antiguo alumno feliz, ya sabes qué quiero decir. Por ahora llego a cuatro punto cero, saqué un dos mil doscientos en selectividad, y treinta y seis de media en el bachillerato. Tengo muchas posibilidades de conseguir una plaza.

—¿Y tu padre? ¿Es médico?

Gastón asintió con una sonrisa benévola.

—Cirujano ortopédico.

—Impresionante.

—¿Y tú? —preguntó.

—No me he decidido.

—Típica respuesta de estudiante de primer año.

Suspiré teatralmente.

—Imagino que he desperdiciado mi oportunidad de ser excepcional.

—Oh, no tienes que preocuparte por eso. Reparé en ti el primer día de clase. ¿Qué haces en Cálculo

Tres si estás en primer curso?

Sonreí mientras enroscaba un mechón de cabello con el dedo.

—Las matemáticas me resultan fáciles. No me perdía las clases en el instituto, y luego hice dos cursos de verano en la estatal de Wichita.

—Eso es impresionante —dijo.

Estuvimos en el balcón más de una hora, hablando de todo, desde los garitos de comida locales a cómo me hice tan amiga de Peter.

—No pensaba mencionarlo, pero ustedes dos parecen ser el tema de todas las conversaciones.

—Genial.

—Es que esto no es normal en Peter. Él no suele congeniar con las mujeres. De hecho, tiene más tendencia a crearse enemigos entre ellas.

—Oh, no sé. He visto a unas pocas que o tienen pérdida de memoria a corto plazo o bien son proclives a perdonar cuando se trata de él.

Gastón se rio. Sus blancos dientes brillaron contrastando con su dorado bronceado.

—La gente simplemente no entiende vuestra relación. Tienes que admitir que es un poco ambigua.

—¿Me estás preguntando si me acuesto con él?

Sonrió.

—No estarías aquí con él si lo hicieras. Lo conozco desde que tenía catorce años y soy muy consciente de cómo se comporta. Sin embargo, siento curiosidad por vuestra amistad.

—Es lo que es—me encogí de hombros—. Salimos juntos, comemos, vemos la tele, estudiamos y hablamos. Eso es todo.

Gastón se rio sonoramente, sacudiendo la cabeza y asombrado por mi sinceridad.

—He oído que eres la única persona a la que se le permite poner a Peter en su sitio. Eso es un honor.

—No sé muy bien qué significa eso, pero Peter no es tan malo como todo el mundo dice.

El cielo se puso rojo y luego rosa cuando el sol se hundió en el horizonte. Gastón miró su reloj y después observó por encima de la reja al grupo de gente que iba disminuyendo en el césped.

—Parece que la fiesta se acaba.

—Será mejor que busque a Agus y Cande.

—¿Te importa si te llevo a casa en mi coche? —preguntó.

Intenté contener mi emoción.

—En absoluto. Se lo diré a Cande. —Caminé hacia la puerta y luego me encogí de vergüenza antes de volverme a decir—: ¿Sabes dónde vive Peter?

Las espesas y oscuras cejas de Gastón se arquearon.

—Sí, ¿por qué?

—Porque vivo allí —dije, esperando su reacción.

—¿Que estás con Peter?

—Perdí una apuesta y por eso estoy pasando allí un mes.

—¿Un mes?

—Es una larga historia —dije, encogiéndome de hombros tímidamente.

—Pero ¿son simplemente amigos?

—Sí.

—Entonces te llevaré a casa de Peter —concluyó sonriendo.

Bajé las escaleras al galope para buscar a Cande y pasé de largo junto a un sombrío Peter que parecía enojado con la chica borracha con la que hablaba. Me siguió al recibidor mientras llamé a Cande dándole una sacudida a su vestido.

—Chicos, pueden irse retirando. Gastón se ha ofrecido a llevarme a casa.

—¿Qué? —dijo Cande con ojos asombrados.

—¿Cómo? —preguntó Peter enfadado.

—¿Hay algún problema? —le pregunté.

Continuará...

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